En plena era segregacionista, un grupo de médicos y científicos negros se centraron en poner fin a la polio
Algo le pasaba a Myron Thompson. En 1949, cuando la polio asolaba el sur de Estados Unidos, el pequeño de solo 2 años de edad empezó a presentar fiebre alta y dificultades para moverse. Su madre, aterrorizada, lo llevó al hospital cercano en Tuskegee, Alabama. Allí, los médicos y enfermeras especializados en el tratamiento de niños con polio recibieron al niño con los brazos abiertos y comenzaron a ayudarlo de inmediato.
El Instituto Tuskegee, como se llamaba entonces la universidad, era un lugar especial, no solo porque en su hospital los niños recibían tratamientos de alta calidad, como fue el caso de Thompson, sino porque en ese mismo campus científicos negros realizaban investigaciones que desempeñarían un papel fundamental en el éxito de la primera vacuna contra la polio y ayudarían a eliminar la mortal enfermedad en Estados Unidos. Esa historia, en el marco de un país profundamente segregado, no ha recibido la atención que merece. En Alabama, el Distrito Rotario 6880 trabaja para cambiar esta situación. Para Sam Adams, todo empezó en una piscina. Corría el año 2017 y, como gobernador propuesto del Distrito 6880, se encontraba visitando clubes rotarios del sur de Alabama para conocer a sus socios y recaudar fondos para el Fondo Anual de La Fundación Rotaria. En un restaurante situado a la salida de la autopista de Tuskegee, los socios de Rotary le contaron a Adams dos cosas que encendieron su interés: en primer lugar, que el fundador de Rotary, Paul Harris, viajó a Tuskegee varias veces en la década de 1940 para pasar allí el invierno. Y en segundo lugar, corría el rumor de que el Cuerpo Civil de Conservación construyó una piscina bajo techo en la ciudad para los enfermos de polio bajo la dirección del Presidente Franklin D. Roosevelt, quien contrajo la enfermedad a los 30 años. «Yo dije: '¿Qué? ¿De verdad?'», recuerda Adams, socio del Club Rotario de Montgomery. «Esto era realmente único, porque tenía que ver con la polio». Adams es un amante de la historia. Pero hasta ese día, sus conocimientos sobre Tuskegee se limitaban sobre todo a los sucesos por los que la ciudad y el instituto son más famosos: los aviadores de Tuskegee, la primera unidad de pilotos del ejército conformada únicamente por personas negras, que luchó en la Segunda Guerra Mundial en una época en la que a los negros no se les permitía entrar en muchas universidades, piscinas públicas o bibliotecas. Conocía el estudio sobre la sífilis que llevó a cabo el Servicio de Salud Pública de Estados Unidos en Tuskegee, el cual se convirtió en paradigma de las violaciones de los derechos humanos después de que investigadores y médicos mintieran a cientos de hombres negros, la mayoría pobres y analfabetos, y les dejaran sufrir sin proporcionarles tratamiento contra la sífilis desde 1932 hasta 1972.
Su interés aumentó aún más y Adams empezó a investigar para tratar de localizar el emplazamiento de la piscina. Con el tiempo, consiguió la ayuda de Bruce McNeal, que se había convertido en el gobernador propuesto después de que Adams ocupara el cargo de gobernador de distrito. McNeal investigó e investigó, pero no tuvo mucha suerte, hasta que se puso en contacto con Dana Chandler, archivero y profesor asociado de Historia de la Universidad de Tuskegee.
En ese momento, recuerda Adams, se abrieron las compuertas. «Bruce me llamó y me dijo: 'Sam, creo que he encontrado lo que buscabas, pero no es una piscina. Es un esfuerzo masivo ayudar a las personas afectadas por la polio y prevenirla'», afirma Adams.
Chandler es un gran promotor de todos los logros de la Universidad de Tuskegee. Se ha desempeñado como archivero de la universidad desde 2007 y, junto a Edith Powell, es coautor del libro Alzar al hombre más desvalido: Avances de la Universidad de Tuskegee en la salud humana, 1881-1987 Él le contó a McNeal el ilustre pasado de la universidad. Booker T. Washington, nacido en la esclavitud, fundó el Instituto Tuskegee en 1881, y este alcanzó la categoría de universidad en 1985. George Washington Carver fue instructor e investigador, enseñando a estudiantes y agricultores nuevas técnicas agrícolas. Asimismo, esta universidad fue escenario de una notable serie de primicias. Entre otras cosas, construyó el primer hospital para personas de raza negra de Alabama (el John A. Andrew Memorial Hospital) y organizó la Semana Nacional de la Salud para Personas de Raza Negra y la Liga Nacional de Negocios Propiedad de Personas de Raza Negra. En la primera mitad del siglo XX, el Instituto Tuskegee también desempeñó un importante papel en el tratamiento y prevención de la polio.
En los años 30, las familias de raza negra tenían pocas opciones si un niño contraía la polio. No solo era difícil encontrar atención médica -incluso la Fundación Georgia Warm Springs de Roosevelt prohibió el acceso de las personas de raza negra a las aguas termales-, sino que el consenso en el estamento médico de la época era que estas personas eran mucho menos susceptibles a la polio. El problema era que muchos médicos blancos pensaban que los negros no contraían la polio, dice Chandler.
En realidad, los médicos que trabajaban en el John A. Andrew Memorial Hospital de Tuskegee llevaban años tratando a niños negros con polio y se habían labrado una reputación estelar a nivel nacional por su labor en el campo de la salud pública. En 1939, en respuesta a la presión de los activistas de raza negra para acabar con el racismo médico y ofrecer opciones de tratamiento a estas familias, la Fundación Nacional para la Parálisis Infantil concedió su mayor subvención hasta la fecha para establecer el Centro para la Parálisis Infantil en el hospital. Roosevelt y su antiguo compañero de bufete, Basil O'Connor, habían creado recientemente la fundación, que más tarde se convertiría en la March of Dimes. El 22 de mayo de 1939 el periódico The New York Times titulaba «Se crea un centro de atención contra la parálisis para negros».
En el artículo se cita a O’Connor: «El centro para tratar la polio de Tuskegee hará mucho más que proporcionar el tratamiento más moderno a las víctimas de parálisis infantil de raza negra. Formará a médicos y cirujanos de esta raza para el trabajo ortopédico», señaló. «Formará a personas de raza negra como enfermeros ortopédicos. Formará a personas de raza negra como fisioterapeutas. Tuskegee difundirá información a todos los médicos de raza negra en materia de diagnóstico precoz, cuidado y postratamiento adecuados de la parálisis infantil. Tuskegee constituirá un sector importante en el frente de lucha de la fundación para combatir los efectos devastadores de la parálisis infantil».
Cuando el centro abrió sus puertas en 1941, su personal estaba formado por profesionales de la salud de raza negra para atender a las familias de la misma raza. Y era el único lugar en todo el país al que podías ir si eras una persona de raza negra que proporcionaba exclusivamente tratamiento contra la polio.
Cuando Thompson, que ahora tiene 76 años, recuerda su estancia en el Centro para la Parálisis Infantil, aún siente asombro. Todo en el lugar lo hizo sentir importante, desde la arquitectura del edificio hasta las personas que trabajaban allí. Fue allí donde aprendió a utilizar una silla de ruedas y luego aparatos ortopédicos para las piernas y después empezó a caminar, sin apoyo. El Centro para la Parálisis Infantil seguiría siendo un lugar especial para él, donde las enfermeras lo abrazaban y consolaban, y los médicos lo trataban con cariño y respeto.
Un médico que destaca es John Chenault, que en 1939 era, según The New York Times , uno de los dos traumatólogos de raza negra del país; el ocupó el cargo de jefe de ortopedia del John A. Andrew Memorial Hospital y se convirtió en el primer director del Centro para la Parálisis Infantil. «Le recuerdo amable y gentil», afirma. «No me hablaba con desprecio. Él se agachaba para dirigirse a mí. Para él, nadie era más importante que el niño».
Si las experiencias en un centro de salud pueden considerarse idílicas, la de Thompson lo fue. Y también lo fue su infancia. Thompson describe Tuskegee en los años 40, 50 y 60 como una especie de isla en una sociedad completamente segregada. Tenía una vibrante comunidad de raza negra de clase media. La mayoría de las personas que trabajaban allí estaban afiliadas al Instituto y a su hospital o al Hospital de Veteranos local. «La sociedad en la que crecí era totalmente de raza negra», afirma. No fue hasta 1965, cuando fue a la Universidad de Yale, cuando se relacionó por primera vez con personas de raza blanca.
Para Thompson, enterarse de cómo se trataba a otras personas de raza negra en Alabama y en todo el país fue un shock. En su infancia, recuerda haber visitado a familiares en otras ciudades y haberse dado cuenta de lo afortunado que era. «Estos negros de Alabama no entraban por la puerta principal de un edificio señorial como el de Tuskegee», apunta. «La mayoría de las veces lo hacían por el sótano. Y eso suponiendo que el hospital les permitiera el ingreso».
Según la Organización Mundial de la Salud, en la década de 1950, la polio se extendía por todo el mundo y paralizaba o causaba la muerte a más de 500 000 personas al año. Los científicos trabajaban arduamente para descubrir una vacuna.
Uno de esos científicos era Jonas Salk, que trabajaba en el Laboratorio de Investigación de Virus de la Facultad de Medicina de la Universidad de Pittsburgh, a más de 965 kilómetros al noreste de Tuskegee. Con el apoyo del Instituto Nacional para la Parálisis Infantil, Salk desarrolló una vacuna antipoliomielítica con poliovirus inactivados. Primero inyectó la vacuna en monos y, cuando resultó prometedora, comenzó a administrársela a voluntarios, entre ellos él mismo, su mujer y sus hijos. El siguiente paso, en 1954, fue probar la eficacia de la vacuna en cientos de miles de escolares conocidos como Pioneros de la Polio, en lo que se convertiría en el mayor ensayo de campo de su época. Fue patrocinado por la Fundación Nacional para la Parálisis Infantil.
Las pruebas de la vacuna requerían un suministro casi interminable de células humanas. Eso solo había sido posible recientemente gracias a una mujer de raza negra: Henrietta Lacks. En 1951, Lacks buscó tratamiento para una afección dolorosa en el Hospital Johns Hopkins, uno de los pocos hospitales donde las personas pobres de raza negra podían recibir tratamiento médico. Resultó ser cáncer de cuello uterino. Un médico tomó una muestra de células de su gran tumor sin su conocimiento ni permiso, lo que era habitual en aquella época. Lacks falleció poco después, pero esas células no. Eran únicas por su capacidad para desarrollarse y multiplicarse, duplicándose en 24 horas, en lugar de morir como harían las células normales. Con el nombre de células HeLa, se convertirían en un componente esencial de la investigación médica. (The Immortal Life of Henrietta Lacks por Rebecca Skloot cuenta en detalle la historia de Lacks, su familia y los aspectos éticos de este caso ya famoso). Y para probar la eficacia de la vacuna contra la polio de Salk, los científicos necesitarían un número astronómico de células HeLa.
Mientras tanto, como señalan Chandler y Powell en su libro, otras piezas importantes del rompecabezas habían ido encajando en Tuskegee. En 1946, O'Connor, como presidente de la Fundación Nacional para la Parálisis Infantil, había sido nombrado presidente del consejo de administración de Tuskegee. Al otro lado del campus, Carver había escatimado y ahorrado para financiar la Fundación George Washington Carver, creada en 1940 para formar a científicos de raza negra en investigación agrícola avanzada. Carver, que falleció en 1943, se interesó mucho por ayudar a los enfermos de polio, entre otras cosas utilizando el aceite de cacahuete que él mismo desarrolló para masajear sus músculos.
Cuando la Fundación Nacional para la Parálisis Infantil necesitó un laboratorio para producir cantidades masivas de células HeLa para poner a prueba la vacuna de Salk, las estrellas se alinearon en el Instituto Tuskegee. En su libro, Chandler y Powell abordan la pregunta «¿Por qué Tuskegee?». «¿Por qué no recurrir a una institución blanca, con experiencia previa en investigación de laboratorio?», se preguntan. «Y si no es una institución blanca, ¿por qué no el Meharry Medical College o el prestigioso [Instituto] Hampton?».
Su conclusión: «Principalmente, fue la íntima relación entre la Fundación Nacional para la Parálisis Infantil y Tuskegee lo que condujo a la importante decisión de construir y utilizar unas instalaciones de investigación modernas y actualizadas para la propagación y distribución masiva de las células HeLa».
Aunque los investigadores de Tuskegee conocían bien la biología celular, necesitaban formarse en el proceso de desarrollo y almacenamiento de las células HeLa. Russell Brown, director de la Fundación Carver, fue nombrado investigador principal del proyecto de células HeLa, y James Henderson, investigador inmerso en el trabajo con cultivos celulares, fue nombrado coinvestigador.
En enero de 1953, en pleno invierno, ambos viajaron a Minneapolis para formarse en la Universidad de Minnesota con los investigadores que realizaron los primeros trabajos con células HeLa. En un artículo publicado en 2021 en la revista Scientific American , Ainissa Ramírez relata cómo ambos llegaron a un campus segregado y les dieron alojamiento en las afueras de la universidad. «Bajo las estrellas de Minnesota, Brown y Henderson aprendieron los fundamentos del cultivo de células y tejidos y diseñaron su laboratorio en Tuskegee, preparándose para las reformas que comenzarían a su regreso», escribe. En pocas semanas, se empaparon de todo lo que pudieron aprender y regresaron a Alabama, poniendo en práctica sus nuevos conocimientos en febrero.
En abril de 1954, comenzaron los ensayos de la vacuna Salk en McLean, Virginia, y se extendieron por Estados Unidos, Canadá y Finlandia. En total, 1,8 millones de niños participaron en el ensayo: algunos recibieron la vacuna, otros un placebo y otros sirvieron como grupo de control.
Para comprobar la eficacia de la vacuna, los investigadores mezclaban el poliovirus con una muestra de sangre de un niño vacunado y, a continuación, añadían la mezcla a un tubo que contuviera células HeLa, que son muy susceptibles al poliovirus. Si la vacuna funcionaba, los anticuerpos de la sangre atacarían al poliovirus, protegiendo a las células HeLa de la infección. Si esto no sucedía, el poliovirus superviviente atacaría a las células HeLa, y los científicos podrían ver al microscopio las células HeLa deformadas resultantes.
Un artículo publicado en 1955 en The New York Times detalla la enorme escala de la labor llevada a cabo en Tuskegee: En las pruebas participaron 25 científicos y técnicos de raza negra, que produjeron unos 12 000 tubos de células HeLa para enviar a los laboratorios cada semana. «Las células se cultivan en Tuskegee en una larga serie de incubadoras, se miden en tubos de cultivo y se envían por vía aérea en un embalaje especial que contiene una sustancia que mantiene una temperatura de crecimiento correcta durante al menos noventa y seis horas en el envase».
El artículo detalla cómo 27 laboratorios de todo el país participaron en el análisis de 40 000 muestras de sangre de niños en los ensayos de campo. «Aproximadamente la mitad de los laboratorios utilizan células HeLa preparadas en las instalaciones de la fundación Carver en el campus de Tuskegee», se indica.
El 12 de abril de 1955, los investigadores anunciaron los resultados: La vacuna Salk se consideró entre un 80 % y un 90 % eficaz para prevenir la polio paralítica. Poco después, también se aprobó otra vacuna desarrollada por el médico y microbiólogo Albert Sabin. Según los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de EE. UU., los casos de polio en Estados Unidos descendieron de casi 58 000 en 1952 a unos 5500 en 1957, y en 1965 se habían reducido a solo 72. En Tuskegee, el Centro para la Parálisis Infantil cerró sus puertas en 1975, pues ya no era necesario.
Hoy en día, el poliovirus salvaje ha sido erradicado en todos los países del mundo a excepción de dos: Pakistán y Afganistán.
La participación de Tuskegee en estas labores está bien documentada y, sin embargo, su contribución es relativamente desconocida, incluso para los residentes de Alabama. Por este motivo, cuando McNeal y Adams supieron de estos logros, tuvieron claro que hacía tiempo que debía rendirse homenaje a estos héroes ocultos. «Decidimos que, como rotarios y como distrito rotario, queríamos rescatar parte de su historia», afirma McNeal.
En 2019, McNeal hizo su primer viaje a la Universidad de Tuskegee, donde Chandler le presentó los archivos. «Encontramos una foto de uno de los médicos famosos del campus, y de una enfermera que atendía a algunas de las víctimas de la polio, y de una víctima de la polio», dice McNeal. «La foto en sí contaba la historia del amor y el trato que se daba en el campus».
Fue entonces cuando se me ocurrió la idea: ¿Y si utilizaran esa foto para hacer una estatua frente al antiguo Centro para la Parálisis Infantil? Tras obtener la aprobación de los administradores de la universidad, el Distrito Rotario 6880 comenzó a recaudar fondos para costear el monumento. Adams recurrió a la ayuda de su amigo Graham Champion, lobista en Montgomery y expresidente del Club Rotario de Montgomery.
El proceso fue lento. Champion se dio cuenta de que necesitaba informar a todas las personas con las que hablaba sobre la importante labor de Tuskegee. «Cuando la gente piensa en la investigación en Tuskegee, desgraciadamente lo que les viene a la mente es el proyecto sobre la sífilis», afirma. «No piensan en algo realmente tan bueno. No piensan en el trabajo que hizo George Washington Carver en la investigación del cacahuete o en la investigación agrícola que llevó a cabo. Solo ven a Tuskegee como una pequeña universidad para personas de raza negra. Y realmente se trata de una institución excepcional».
La incansable labor de Champion dio sus frutos y ayudó a recaudar 177 000 dólares, más de la mitad de los cuales procedían de partidas de la Legislatura de Alabama y el resto de particulares, fundaciones, clubes rotarios, subvenciones del Distrito 6880 y otras entidades.
En agosto de 2022, la estatua de bronce que representa al Dr. Chenault, a la enfermera Warrena Turpin y a un paciente de polio llamado Gordon Stewart se inauguró frente al antiguo Centro para la Parálisis Infantil, ahora el Legacy Museum. Asistieron Thompson, familiares de los científicos e investigadores, dirigentes de March of Dimes, profesores y personal de la Universidad de Tuskegee, funcionarios estatales y los socios de Rotary que impulsaron el proyecto.
Para McNeal, la inauguración fue como la culminación de un rompecabezas de 1000 piezas que tardó años en montar (aunque nunca llegó a encontrar la piscina). Ahora, el monumento honrará para siempre a esos hombres y mujeres por su dedicación y servicio. «Es un secreto bien guardado», apunta McNeal. «Poner el monumento y la estatua allí, hace que esta historia realmente cobre vida».
El impacto generado por aquellos médicos y científicos perdura a través de personas como Thompson, que ahora se desempeña como juez de Tribunal de Distrito de Estados Unidos. En enero, a través de una videollamada, se sentó en su juzgado de Montgomery, un lugar tan importante para la historia de los derechos civiles que se le conoce como el Juzgado de América, y reflexionó sobre cómo la polio cambió su vida. De niño, no podía correr debido a su pierna afectada. Así que se adaptó. Montaba en bicicleta y se convirtió en un buen nadador. Encontró consuelo y alegría en los libros, el estudio y la música. Desarrolló fuerza interior y resiliencia. Y sentía un profundo agradecimiento por todos quienes lo ayudaron en el camino. Hoy camina orgulloso, con una ligera cojera.
Thompson no conocía hasta hace poco el papel de Tuskegee en la vacuna contra la polio. Pero cuando se enteró, no se sorprendió; después de todo, conocía personalmente a algunos de esos brillantes científicos. Lo más asombroso para Thompson es que fueron capaces de realizar estos progresos a pesar del periodo histórico en el que trabajaron. «Hicieron cosas fenomenales», afirma. «Es increíble, cuando tomamos en cuenta que lograron todo a pesar de una gran oposición».
En 1972, tras licenciarse en Derecho de la Universidad de Yale, Thompson regresó a Alabama. Se convirtió en el primer fiscal general adjunto de raza negra del estado y, posteriormente, en el primer examinador de raza negra del colegio de abogados. A los 33 años, el Presidente Jimmy Carter le nombró juez del Tribunal del Distrito Medio de Alabama, convirtiéndose en el segundo juez federal de raza negra del estado. Ha presidido casos emblemáticos, incluido el muy publicitado de 2002, en el que Thompson ordenó al presidente del Tribunal Supremo de Alabama, Roy Moore, que retirara de su sala un monumento a los Diez Mandamientos.
Thompson atribuye a sus experiencias en materia de salud la formación de su visión de la ley y de cómo debe servir a las personas. Dice que no suscribe la filosofía de que todo el mundo puede levantarse por sus propios medios, porque esa no fue su experiencia. «Todos somos producto de sacrificios, de nuestras madres, de nuestros padres, de nuestras tías, de nuestros abuelos, de nuestros vecinos, de toda nuestra comunidad. Se unen para hacernos lo que somos», asegura. «Yo he podido aprovechar los logros alcanzados antes por otras personas, y estoy muy agradecido por ello».
Cuando Thompson vio por primera vez el monumento al reconocimiento de la polio, que reproduce el rostro familiar del médico de su infancia, el Dr. Chenault, se sintió agradecido de que por fin se reconocieran las importantes contribuciones de su ciudad natal.
Espera que algún día, cuando la gente oiga la palabra «Tuskegee», no piense solo en la historia negativa. También conocerán a los médicos y científicos de raza negra que ayudaron a cambiar el curso de la polio, incluso cuando lo tenían todo en contra.
Este artículo fue publicado originalmente en el número de junio de 2023 de la revista Rotary.
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